Y allí, en mitad del edén, apareció ella. Etérea, frágil,
casi transparente. No sonreía. Se acercó a mí lentamente, mirándome a los ojos.
Noté una ligera presión en mi espalda y el terciopelo de su piel sobre mi piel.
Depositó una mano en mi cintura. Sentía mi corazón latir, podía ver mi propio
pulso en mis sienes. El paladar se me llenó de un sabor dulzón, era su boca
ofreciéndome manjares nuevos para mí.
Ella
cargada de sensualidad, de erotismo, de sexualidad. Ella causa de mi febril
enfermedad. Ella, todo se resumía en ellajueves, 3 de mayo de 2012
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